Ser profesional no va de saber, sino de ser
- José Lorenzo Moreno
- 22 oct
- 3 Min. de lectura
A todos nos ocurre, y quien diga que no, o miente, o lo hace con la boca pequeña. Nos encanta llamarnos profesionales. Lo decimos con orgullo, como si bastara con pronunciarlo para que sea verdad. “Somos profesionales”. Lo ponemos en los perfiles, lo usamos en las presentaciones, en las conversaciones más mundanas, lo añadimos en las firmas de correo. Suena serio, sólido, respetable. Aunque lo cierto es que muchas veces lo decimos más de lo que lo demostramos.
Y es que, saber mucho de algo no nos convierte en profesionales. Nos convierte en especialistas. Personas que dominamos una materia, que acumulamos experiencia, títulos, certificaciones o años de oficio. Todo eso tiene valor, sin duda. Aunque dominar algo no es lo mismo que ejercerlo con coherencia, responsabilidad y en toda la extensión de la palabra.
El especialista domina su tema. El profesional entiende el impacto de su trabajo. El especialista cumple. El profesional transforma. El especialista busca su resultado personal. El profesional se compromete con el propósito y con el equipo.
La profesionalidad empieza donde termina la especialización. Porque la diferencia no está en el conocimiento, sino en la actitud. En cómo nos comportamos, cómo comunicamos, cómo escuchamos, cómo respondemos cuando el reto nos descoloca o cuando algo sale mal. Ahí se mide la verdadera profesionalidad.
Ser profesional no es un título, ni una posición, ni un conjunto de habilidades técnicas. Es una forma de estar. Una forma de mirar el trabajo, de mirar a los demás y de mirarnos a nosotros mismos sin creernos el ombligo del mundo.
La profesionalidad no vive en los currículos, vive en los comportamientos. En la puntualidad silenciosa, en la palabra cumplida, en el respeto sin jerarquías, en la empatía en medio del caos. Ahí se nota quién realmente es profesional y quién solo lo aparenta.
Nos hemos acostumbrado a confundir el conocimiento con la madurez, la productividad con la ética y la ejecución con el liderazgo. Nos hemos rodeado de especialistas que saben mucho y colaboran poco. De personas que acumulan méritos sin entender que el talento sin actitud se agota rápido.
Un especialista puede resolver un problema. Un profesional puede transformar un entorno. Y no lo hace por saber más, sino por actuar mejor.
La profesionalidad no se trata de brillar, sino de sostener. No de destacar, sino de aportar. No de competir, sino de sumar. Ser profesional es poner el ego al servicio del propósito. Es entender que el éxito individual pierde sentido si el entorno no crece contigo.
La profesionalidad no se aprende, se practica. Se construye día a día, en los detalles que casi nadie ve. En la coherencia, en la honestidad, en la manera de reaccionar, en el respeto por el tiempo y el trabajo ajeno. Y se nota, siempre se nota, quién la tiene y quién solo la finge.
Mientras no entendamos esto, seguiremos siendo especialistas que se autodenominan profesionales, aunque nuestros actos cuenten otra historia. Seguiremos midiendo la valía por los títulos, los años de experiencia o los logros individuales, sin darnos cuenta de que la verdadera credibilidad no se dice, se gana.
El especialista brilla por lo que sabe. El profesional inspira por lo que es. Y ahí, justo ahí, está la frontera que muchos evitan mirar.
Así que, la próxima vez que digamos “somos profesionales”, conviene hacer silencio un momento. Preguntarnos si lo somos solo por lo que sabemos o también por cómo actuamos, cómo colaboramos, cómo sumamos. Preguntarnos si, de verdad, demostramos con hechos lo que tanto repetimos con palabras.
Porque la profesionalidad no se dice. Se demuestra. Y cuando se demuestra, no necesita etiquetas, ni títulos, ni discursos. Solo coherencia.
Profesionales no son quienes lo dicen, sino quienes hacen que los demás lo noten sin tener que decirlo.
José Lorenzo Moreno López
©jlml2025

Imagen: pexels.com






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