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Si no es por educación, que sea por amor propio

En el mundo de la empresa, la forma en que una persona actúa habla más fuerte que cualquier discurso. No se trata únicamente de talento, experiencia o resultados. Lo que verdaderamente deja huella es la manera en que cada decisión, cada palabra y cada gesto construyen o destruyen el entorno de trabajo.


La educación debería ser la base. Esa manera de relacionarse con respeto, de tratar al otro con la dignidad que merece y de asumir que el valor de un equipo siempre es mayor que el de un individuo aislado. Sin embargo, no siempre se da. Y cuando esa educación falla, lo que sostiene a un profesional, lo que marca la diferencia en su liderazgo, es algo más profundo. El amor propio.


Quien se respeta a sí mismo jamás actúa desde la arrogancia. Quien se cuida internamente no necesita humillar, dividir o despreciar. Quien se valora, transmite ese valor a su alrededor. Un líder con amor propio jamás se permite degradar su propio nivel de influencia con actitudes pequeñas.


En una organización, los títulos y las jerarquías pueden otorgar autoridad momentánea, aunque lo que de verdad construye respeto es la manera en que se ejerce ese poder. El verdadero liderazgo no se mide por el control que se ejerce, sino por la confianza que se inspira. Y esa confianza nace de una combinación irrenunciable: educación y amor propio.


Cuando uno de esos pilares falta, el otro sostiene. Cuando la educación no es suficiente, el amor propio es el que evita caer en la trampa del ego y la mediocridad. Cuando las circunstancias tensan el ambiente, es el respeto hacia uno mismo lo que impide perder el rumbo.


En los equipos, nada erosiona más que la falta de coherencia. Un líder que exige respeto sin practicarlo no lidera, solo manda. Un profesional que pide compromiso sin mostrarlo no inspira, solo presiona. Y al final, todo lo que se siembra en esas condiciones acaba girándose en contra.


El liderazgo consciente nunca admite atajos. No hay estrategia que sustituya la elegancia de comportarse con altura. No hay plan de crecimiento que pueda sostenerse en el tiempo si no se cimienta sobre relaciones humanas sanas. No hay resultado que justifique la pérdida de respeto propio.


Por eso, en el día a día de las empresas, cuando falten las formas, que hable la dignidad personal. Cuando falle la educación, que prevalezca el orgullo de no traicionar lo que uno representa. Si no es por educación, al menos que sea por amor propio.


Ese es el terreno donde se construyen los líderes que dejan huella y las organizaciones que trascienden.



José Lorenzo Moreno López


©jlml2025


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© José Lorenzo Moreno. Prohibido copiar o reproducir ninguna publicación, o parte de ella, sin mencionar al autor.

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