La dictadura del eufemismo, o de cómo el miedo a ofender nos está volviendo mediocres
- José Lorenzo Moreno
- 8 oct
- 3 Min. de lectura
Durante mucho tiempo, decir las cosas como eran se consideraba una virtud. Ser claro, directo, incluso un poco duro, era una muestra de respeto, ya que significaba que uno confiaba en que el otro podía soportar una verdad. Hoy, en cambio, vivimos en la era de la palabra acolchada, el eufemismo elegante y la ofensa instantánea. Todo debe sonar bien, aunque no signifique gran cosa.
En la sociedad, y eso incluye el ámbito laboral, parece que ya no se le puede decir a nadie nada. No se puede decir que alguien es vago, hay que decir que “está en proceso de reconectar con su motivación”. No se puede decir que alguien es un borde, hay que afirmar que “tiene una comunicación muy directa”. Y, por supuesto, no se puede decir que alguien es un trepa, porque ahora es “una persona con alta orientación a resultados”.
Ya no se le puede decir a nadie que es un incompetente, ahora simplemente “tiene margen de mejora”. No se puede decir que no hace nada: “está esperando directrices claras”. No se puede decir que es un quejica: “expresa abiertamente sus preocupaciones”. Y si alguien no tiene ni idea de lo que está haciendo, no conviene decirlo. Lo correcto es afirmar que “está en proceso de aprendizaje”.
Todo suena bien. Todo es amable. Todo es plano.
El vocabulario del trabajo se ha transformado en un campo minado donde la sinceridad es una temeridad. Decir las cosas con claridad ya no se considera franqueza, sino una falta de sensibilidad. Y lo que antes era una conversación directa, ahora debe pasar por tres filtros de empatía, dos de liderazgo consciente y una sesión de “feedback constructivo”.
Esta tendencia no es inocente, ya que el lenguaje moldea la cultura. Cuando empezamos a esconder la realidad detrás de frases amables, la realidad deja de corregirse. Si ya no se puede decir que alguien es un vago, un desorganizado o un inútil, porque suena feo, terminamos justificando comportamientos mediocres con palabras elegantes.
Hoy no se le puede decir a nadie que es tacaño. Hay que afirmar que “administra bien sus recursos”. Tampoco se puede decir que alguien es insoportable, simplemente “posee una personalidad intensa”. Y cuidado con decir que alguien es un pelota, ya que eso sería injusto con quien “sabe generar buena visibilidad ante sus superiores”.
El resultado es una especie de realidad blanda, un mundo de frases que no hieren aunque tampoco ayudan. La crítica se disfraza de sugerencia, la incompetencia se traduce en potencial, y el fracaso se convierte en oportunidad. Todo se puede, eso si, siempre que no se note lo que realmente se quiere decir. Y ahí, la mediocridad, y todos los mediocres que la alimentan, se mueve a sus anchas.
Recuperar la claridad no significa, ni muchísimo menos, volver al grito o al desprecio. Significa atreverse a hablar con honestidad. Porque a veces, decir “esto está mal hecho” es mucho más útil que soltar un “quizás podríamos explorar alternativas más alineadas con los objetivos”.
La madurez no consiste en dejar de hablar claro. Consiste en poder escuchar algo incómodo sin sentirse atacado. No se trata de tener la piel dura, sino de no vivir con la piel tan fina que cualquier palabra se convierta en ofensa, simplemente por pura victimista estrategia.
Hoy no se le puede decir a nadie que es lento, porque es “meticuloso”. No se puede decir que es un bocazas, sino que “se comunica con transparencia”. No se puede decir que es un fracasado, porque “está en un momento de transición profesional”. Y ya ni se te ocurra decir que es un mandón, porque ahora es “una persona con fuertes dotes de liderazgo”.
Y así vamos, envolviendo la mediocridad en celofán lingüístico. El lenguaje se vuelve tan blando que ya no sostiene una verdad. Todo se dice con cuidado, aunque casi nada se dice del todo.
Quizá haya llegado el momento de rebelarse, no con gritos ni insultos, sino con palabras claras. Porque el problema no es que la gente se ofenda. El problema es que cada vez hay menos gente capaz de escuchar una verdad sin hacerlo.
Y eso, por muy bien que lo digamos, es una forma de alimentar una mediocridad que gracias a cosas como esta, nada más y nada menos que el lenguaje, tiene muy buena prensa, y está cómodamente instalada.
José Lorenzo Moreno López
©jlml2025

Foto de Anderson Santos: https://www.pexels.com/es-es/foto/mujer-haciendo-una-senal-de-mano-tranquila-3628340/






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