La falsa humildad es más peligrosa que la ambición auténtica
- José Lorenzo Moreno
- 4 oct
- 2 Min. de lectura
La ambición siempre ha tenido mala prensa. Se asocia con egoísmo, con arrogancia, con exceso. Se la coloca en el lado oscuro de las virtudes humanas, como si desear más fuera una falta y no un motor. En contraste, la humildad, o al menos cierta imagen de humildad, ha gozado de un prestigio indiscutible. Una humildad entendida muchas veces no como autenticidad, sino como discreción y silenciosa aceptación de lo que venga.
La paradoja es evidente. Se aplaude la humildad incluso cuando es impostada, y se condena la ambición incluso cuando es auténtica. Como si el hecho de mostrarse abiertamente inconformista fuera un defecto. Como si aspirar a más, querer crecer y declararlo en voz alta fuera un pecado contra la corrección social.
En el ámbito laboral, esta confusión tiene consecuencias directas. Se valoran perfiles que no incomoden, que no brillen demasiado, que no declaren su hambre de crecer. Se premia la falsa modestia porque parece encajar en un orden cómodo, mientras se mira con recelo a quien expresa con claridad su ambición. Sin embargo, las organizaciones que crecen, que transforman, que marcan diferencia, lo hacen precisamente gracias a esa fuerza interior que empuja hacia adelante sin descanso.
La ambición bien entendida no destruye, construye. No divide, multiplica. No desplaza, inspira. Es la energía que lleva a mejorar procesos, a crear oportunidades, a romper inercias. Es la inconformidad que evita que una empresa se estanque, que un equipo caiga en la rutina, que un líder se convierta en mero gestor de lo existente.
El riesgo real no está en la ambición, sino en disfrazarla. La falsa humildad es más peligrosa que la ambición auténtica. Porque bajo una apariencia de serenidad puede esconderse la comodidad, la falta de iniciativa, el miedo a destacar. Y nada erosiona más la cultura de una organización que esa inercia disfrazada de virtud.
Es hora de reconciliarse con la ambición. De reconocerla como una cualidad necesaria en los equipos, en los líderes, en las empresas que aspiran a dejar huella. De entender que querer ser más no significa querer que otros sean menos. Que desear crecer no implica despreciar lo que ya existe. Que la ambición no está reñida con la generosidad ni con la cooperación, siempre que se construya sobre la excelencia y no sobre la comparación.
El futuro pertenece a quienes no se avergüenzan de su ambición. A quienes la convierten en motor colectivo y no en trofeo individual. A quienes entienden que un equipo con hambre avanza más rápido que un equipo que aparenta serenidad.
La falsa humildad tranquiliza. La ambición auténtica transforma. Y en un mundo que cambia a tanta velocidad, transformar no es una opción, es la única manera de seguir adelante.
José Lorenzo Moreno López
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