Liderar como en los 80 es fracasar en el presente
- José Lorenzo Moreno
- 3 sept
- 3 Min. de lectura
Hoy en día, en el ámbito laboral y profesional, si hay algo peor que un estilo de liderazgo propio de los años 80, es que quien lo practica crea que sigue funcionando.
Y es que, todavía, en algunas empresas y por algunas personas al cargo, se respira esa forma de dirigir basada en el control absoluto, en la orden disfrazada de autoridad y en el miedo camuflado de disciplina. Lo más grave no es que alguien lo practique con plena conciencia, lo grave es que muchos lo hacen de manera inconsciente sencillamente porque no tienen nivel suficiente para liderar de otra manera, ni tan siquiera se dan cuenta de que los tiempos cambian, y las formas de dirigir, también.
Ese control constante no es firmeza, es incompetencia. La desconfianza no es rigor, es falta de criterio. Las famosas palabras/ordenes “dile", "llama" y "haz” no son ni delegación, ni mucho menos gestión, es una caricatura de liderazgo, la prueba más evidente de que alguien está ocupando un puesto para el que no estaba preparado. Y lo peor es que algunos todavía lo pronuncian con orgullo, como si fuera una genialidad de gestión.
Y aquí conviene hacerse una pregunta incómoda. Cuando el líder no solo dice lo que hay que hacer, sino también cómo debe hacerse, ¿de quién son después los resultados? Porque si cada paso viene dictado desde arriba, lo que queda no es un logro o un fracaso del equipo, es simplemente obediencia mal ejecutada. A la gente hay que dejarle hacer el trabajo para el que se le ha contratado, y llegado el momento analizar resultados con la tranquilidad de que se les dio libertad real para decidir cómo hacerlo. Solo así la responsabilidad tiene sentido y los resultados pertenecen a quienes los generaron. Todo lo demás es una invitación a las excusas, y aunque nunca son deseables, en este caso serían totalmente razonables.
La realidad es sencilla. Quien desconfía no es de confianza. Quien controla es quien más necesita ser controlado. Y quien no deja trabajar, termina aislado. Porque un equipo atado de pies y manos no produce resultados propios, produce fotocopias de las órdenes de arriba. Y claro, luego hay quien presume de esos resultados como si fueran suyos. Una especie de ventriloquia empresarial donde la voz es del jefe y el equipo solo mueve los labios.
Los resultados nacidos de la desconfianza son siempre vacíos. No generan compromiso, no producen innovación y no dejan espacio para el talento. Y cuando una empresa confunde obediencia con productividad, lo que construye no es un proyecto sólido, sino un castillo de naipes listo para venirse abajo en la primera ráfaga de aire.
La sabiduría popular es a veces cruel, aunque también muy certera, y como ejemplo el dicho de carpintero, a tus zapatos. Un líder que necesita dar instrucciones hasta del más mínimo detalle no está liderando, está bloqueando. Y ese bloqueo, tarde o temprano, hunde a la organización en un océano de mediocridad. Aunque eso sí, siempre le quedará la cutre satisfacción de poder decir “se hizo como yo dije".
El liderazgo moderno exige visión, confianza y la madurez de dejar que los equipos hagan su trabajo. Lo importante no es dictar cada paso, lo importante es llegar al resultado y que quienes lo logran sientan que realmente lo han construido. Porque de lo contrario, los resultados no son ni del equipo, ni del líder, sino fruto de la incompetencia compartida.
La pregunta que deberían hacerse muchas empresas es clara: ¿quién pilota la nave? ¿Alguien capaz de inspirar y liberar talento, o alguien que aún dirige como si llevara hombreras y escuchara música en cassette?
El futuro no se construye con líderes anclados en formas de trabajar de hace décadas. Se construye con líderes que se actualizan continuamente, que confían en las personas que forman sus equipos, que sueltan la mediocre ilusión del control, que saben evaluar con justicia, y que son capaces de tomar decisiones en consecuencia.
José Lorenzo Moreno López
©jlml2025

Imagen: pexels.com






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